Vivimos en un mundo de inseguridades a una escala que pocas veces se había visto en la historia moderna y algo tiene que ver la comunicación en este estado de cosas. Mas que nunca política y comunicación se encuentran entramadas y se hace difícil encontrar fronteras para abordar una sin la otra.
El capitalismo global amenaza a los trabajadores con quitarles su lugar en la historia. Los reduce a una molestia en el mejor de los casos. Sus reclamos de salario justo, igualdad laboral, derechos, pareciera que no pueden compatibilizarse con el crecimiento económico que se promete. Cabalgan sobre el maná del sálvese quién pueda en boca de gobiernos más o menos a la derecha: trabajador en paro, lo tiene merecido por no esforzarse. ¿La culpa es de ellos?.
La seguridad global vive pendiendo del próximo misil digital de Trump o la próxima amenaza virtual por parte del líder norcoreano. Mientras tanto el conflicto entre Palestinos e Israel, la acción desestabilizadora occidental y la política de negocios que empuja escaladas armamentistas y guerras de baja intensidad siguen infestando una franja muy importante del planeta. El miedo global a una contienda de gran escala no deja crecer. A un miedo similar apelan en las sociedades que están más lejos de allí. El crecimiento del negocio de armas no es ajeno, basta ver como encaramados a los mensajes del miedo, invisibles corporaciones negocian por valor de miles de millones de dólares en dispositivos de control, seguimiento y represión.
En la cara visible de ese sistema, el derecho a la intimidad sucumbe en beneficio de los 4 o 5 grandes ojos que todo vigilan, que se nutren de nuestra fuerza de tareas gratuita para saber como pensamos, que hacemos, con quien nos relacionamos. Y por supuesto para transformar eso en metálico.
La política ha encontrado en la fábrica de consignas y el territorio de las redes sociales mucho más que un sistema centralizado de distribución global de información. En un tiempo en que a los relatos nacionales les cuesta encontrar sustrato popular donde anclarse y la apelación a las masas y mayorías populares se muestra inocua, el individuo aumenta de valor. Los medios de comunicación de masas, mediadores privilegiados de antaño, hacen mutis por el foro y aunque nos imposten el contacto directo y el cara a cara, son las redes sociales quienes como mediadores de conversaciones individuales, simultáneas y de gran escala toman el mando.
Las transformaciones estructurales del mundo de la comunicación son el caldo de cultivo en el que se cocina esta época. Por eso la importancia de la observación y el análisis sobre los procesos que se están dando en este mismo momento. Por eso el énfasis en no dormirnos con la exitosa receta de ayer, que seguro mañana puede no funcionar. El monstruo está mutando, permanentemente. Evoluciona a diario, y esto dicho sin ninguna connotación positivista.
Quienes intentamos no perder el rumbo en materia de comunicación política y pensamos que el estado de las cosas dista de ser el mejor, nos encontramos como antes de la primera vez: sabemos lo que tenemos que hacer, pero no sabemos como. Si no operamos sobre el contexto, buena parte de nuestros esfuerzos por organizar nuevamente un relato acerca de un mundo mejor y posible caerán en el trash del escritorio virtual.
Eso implica dedicar tiempo para entender el funcionamiento de los nuevos modos de producción simbólica y las nuevas subjetividades. Atender a herramientas de análisis que otrora descartábamos. Y ejercitar el arte de conectar con el tiempo de las personas con las que nos comunicamos, que va del eterno presente para sectores jóvenes, urbanos y conectados, hasta un tiempo histórico con otras dinámicas en otros segmentos y otras geografías.
En tiempos en que nuevas reglas y nuevos dispositivos colaboran para una construcción de realidad diferente, cuidado con tomar la curva a más velocidad de la sugerida. Los pueblos están ahí, agazapados, pero vivos, latentes. Invisibles a los ojos de quien no aguza la vista.
La manera de que se manifiesten, de que vuelvan a aparecer insumisos a los mandatos de un mundo neoliberal, es que la política vuelva a conectar con ellos desde la apelación a una acción transformadora del mundo.
Opmerkingen